NUESTRO AUTÉNTICO ESTADO

By María García Baranda - julio 18, 2013

No había un solo despertar que no fuese coronado con la mejor de las sonrisas. Ya podía el día amanecer lluvioso y gélido, dominical o cotidiano, vacacional o tempranero que la reacción era inmediata: salto de la cama y sonrisa. Reluciente y amplia, de esas que provocan millones de arruguitas finas en las comisuras de los labios y en los párpados inferiores, de las que elevan los pómulos y los convierten en rotundos mofletes, de las que se ofrecen también con la mirada. Esto solo sucede si aquellas brotan directamente del estómago. Sí, sí, ...del estómago. Cuando la felicidad se asienta en esa parte del cuerpo es que es muy profunda. Sabemos que ante las dificultades e incertidumbres los nervios penetran para revolvernos por dentro, impidiéndonos incluso comer y beber. Pero ¿nunca han sentido ustedes nervios en el estómago de pura felicidad? Resulta asombroso, porque cuando uno se acostumbra a sentir eso ante cada nueva emoción e ilusión que se le pasa por delante, es algo que se te engancha tan arraigadamente que no podrá evitarlo nunca más. No lo intenten. No es posible. Yo llevo experimentándolo desde mi más tierna niñez.
El caso es que cada nuevo día tenía algo especial como para ir desde el contento hasta la alegría, y de ahí incluso a la euforia. ¿El qué? Pensándolo bien eran las cosas más sencillas y cotidianas. Las más pequeñas. Paseo con charla, visita a los abuelos, juegos en los columpios, tarde de feria, primer día de cole, segundo día de cole, tercer día de cole,…la espera de un hermano, la llegada de ese hermano, la visita de un familiar, una mañana de cine de verano, el despertar de tu padre, una tele nueva en casa, los farolillos y adornos de una fiesta de cumpleaños, el libro antes de dormir, la sintonía de tus dibujos animados, el regalo sorpresa de tu madre, el olor de las castañas asadas en la cocina, la mochila para la excursión con Kas de naranja, el disfraz para ir al cole, la canción con un micrófono de mentiras, las manzanas arrugadas recogidas del patio, las pipas del sábado, el premio del concurso escolar, la foto de fin de colegio, el primer día de bachillerato, el viaje de estudios, estrenar un vestido, un día de playa, las primeras salidas con amigas, el primer piropo, enamorarse, las vacaciones, un beso profundo, terminar la carrera, viajar al extranjero, el carnet de conducir, el coche nuevo, el primer trabajo, el segundo trabajo, el tercer trabajo,…independizarse, tu casa, el mensaje de un amigo, la primera sonrisa de una sobrina, el “me gusta” frente al espejo, el sueño revelador , el logro profesional, los nuevos proyectos,…
No creo que pudiese terminar nunca la lista. Cosas pequeñas, dije. Me equivoqué. Son grandes, muy grandes. Me doy cuenta de que son la vida misma. No solo lo que está por llegar, sino el hoy. Solo es preciso visualizarlo con los mismos ojos del principio, esbozar la mencionada sonrisa y…vivirlo. No pierdan la perspectiva. Ese, y solo ese, ha de ser nuestro auténtico estado.

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