EL PASO DEL TIEMPO

By María García Baranda - octubre 22, 2013

Hoy me he dado cuenta de que hace casi cuatro años que no llevo reloj. Soy una total adicta a cualquier tipo de complemento femenino y me resulta absolutamente imposible salir a la calle sin un gran anillo, un collar vistoso o un brazalete perfectamente coordinado. Es un vicio que conservo desde mi más temprana edad, cuando al escoger el vestido de cada día me lanzaba literalmente a mis cajones, que celosamente guardaban una amplísima gama cromática de pulseras, horquillas y lazos, entre los que seleccionaba cuidadosamente a mis elegidos. Coquetería tal vez, pero siempre me ha gustado pensar que en ello hay un toque de delicadeza, de amor por las cosas bellas o de vena estético-artística. El caso es que de alguien que cuida de esos pequeños detalles habría de esperarse que vistiese un bonito reloj de pulsera, aún más en los velocísimos días que afrontamos.
            Sin embargo, como decía, hace años que mi muñeca izquierda pasea desnuda de marcas temporales. Aún conservo la imagen del último día: llegaba a casa a la hora de comer después de una jornada de clases y mientras me disponía a desvestirme mi reloj cayó al suelo. Se había partido uno de los enganches de su pulsera. Lo miré tendido en la alfombra, me quedé quieta y sin inmutarme lo recogí y pensé: “cuando tenga tiempo ya lo llevaré a arreglar”. Curioso, muy curioso: … “cuando tenga tiempo…, tiempo”. Jamás lo llevé a reparar y nunca más volví a usarlo. Ni ese, ni ningún otro.
  En mis actividades diarias tengo siempre el rabillo del ojo observando las horas, los minutos, los segundos… ¡qué remedio!, pero no hay señal visible de ello en mi cuerpo. Hasta hace poco no había reparado en ese inconsciente gesto, pero si lo pienso bien me doy cuenta de que ese hábito, o más bien la falta de él, lo adquirí al cumplir mis treinta y cuatro. ¿Negación ante el paso del tiempo? No creo que se trate de eso, pues me siento bastante cómoda con cada año cumplido. Aunque también es cierto que me voy haciendo mayor y quizá esos pequeños actos de rebeldía no sean tan inconscientes, sino que sean avisos de la mente de que es bueno despegarse de vez en cuando de los arquetipos esperados para cada edad. Se establece que en las distintas fases de nuestra vida hayamos marcado un tic a los retos conseguidos y la mayor parte de ellos son hitos marcados por los convencionalismos sociales: casarse, tener hijos, comprarse una casa…. Pero ¿y si cuando se supone que debemos haber alcanzado dichas metas, el ciclo termina para comenzar otro radicalmente distinto? Eso pasa, una y otra vez…y la imagen de mi reloj de pulsera sobre el suelo de mi dormitorio simbolizó y coincidió con una etapa vital de renovación. A partir de ese momento me despojé de una seria de vendas opresoras y empezando casi de cero hice las paces con algunas facetas de mi vida que tenía olvidadas. Abandonándome a la idea del tiempo y en absoluta libertad fui eligiendo las pasiones en las que quería quedarme a vivir. Desde entonces formamos un matrimonio perfecto, ellas y yo, sin papeles y alejadas de estúpidos estereotipos.


(Al fin y al cabo, "hasta un reloj parado da la hora exacta dos veces al día").





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