¿POR QUÉ ASUSTARSE?

By María García Baranda - agosto 10, 2014

¡Y yo que pensé que se trataba de una idea manida, un tópico surgido de los razonamientos a los que echar mano cuando buscamos una explicación fácil!  Pero sí, mucho me temo que el fenómeno existe y que una considerable parte del sexo masculino aún se asusta ante una mujer que se le dibuja rompedora.
Sirva la aclaración, por si hubiese dudas, de que estas letras pretenden alejarse de todo grado de una fácil generalización. Y del mismo modo, manifiesto mis respetos a todas las opciones de vida posibles ¡faltaría más! Pero pongo hoy mi foco de atención únicamente en el mencionado comportamiento, esencialmente porque me causa una profunda pena al perderse así ocasiones de relacionarse con personas que, con otra voluntad, podrían merecer mucho la pena.  
Volviendo a la cuestión, siempre he sostenido que a través de los tiempos los seres humanos no han cambiado su esencia, sino tan solo el maquillaje con el que embadurnaban su aspecto, proyectando así imágenes aparentemente modernizadas que hemos tildado de evolución. Los roles masculinos y femeninos han ido adaptándose a los tiempos, pero creo que lamentablemente tal proceso ha sido tan solo epidérmico. Si echamos un vistazo rápido a los cambios que han afectado al colectivo femenino de los últimos treinta o cuarenta años, nuestro papel nos ha empujado a incorporar trazos nuevos a los ya adquiridos. Sin perder ni un ápice de femineidad, ni uno solo de los rasgos asignables a la mujer amante, mujer esposa, mujer madre, mujer amiga… llegó la mujer académicamente ultra preparada y profesionalmente competitiva y emprendedora. Poner en marcha un circo con tal número de pistas acarrea inevitablemente una compleja labor de autoanálisis y de crecimiento emocional. Y tras ello, las consecuencias son esperables: quien se trabaja emocionalmente, quien disecciona su interior a golpe de un afiladísimo bisturí, exige en un compañero un esfuerzo parejo. He aquí la raíz de los desencuentros.
Muchos son los hombres que dan la talla de sobra en los tiempos que les han tocado vivir, no me cabe la menor duda de ello. Pero lamentablemente hay también un amplio sector que decide dar media vuelta a la derecha. Ante la premisa de no querer complicaciones en su vida optan bien por no comprometerse con nadie, bien por elegir como compañera a quien consideran fácilmente manejable, epítome de mujer que dice a todo amén. Pero… ¿por qué? Rechazo de plano afirmaciones que los encasillan en la comodidad, en quererlo todo y nada, o en interesarse solamente en cubrir necesidades primarias, por cuanto nosotras buscamos igualmente sentarnos en un cómodo sillón, necesitamos un tiempo para saber si es algo o todo lo querido y, sin ninguna duda, agudamente respondemos a la satisfacción de nuestros instintos más básicos. ¡Bendito sea! No me sirven, como ya dije, las generalizaciones. Así que rascando un poco llego a pensar que si este fenómeno es relativamente nuevo en el panorama de las relaciones sociales es porque en tiempos pasados el despiece de las emociones no fue asunto de extrema necesidad. Pocas eran las que habían de rehacerse sobre sí mismas y menos aun las que decidían dar un puñetazo en la mesa y comenzar un camino por ellas mismas. Y, por ende, pocos los que se veían obligados a mirar al interior de sus emociones con espíritu crítico. Y las culpas repartidas: unas por no manifestar sus querencias y otros…, otros víctimas de una educación social defendida a ultranza por ellos y sobrealimentada por ellas. Son los flecos de una herencia recibida y se enredan estos para estropear más de un tándem con alto potencial.
Si de algo sé es de la impronta que deja una educación bien entendida y de que se necesita tiempo para que esta cale. No se puede pedir que actúe a quien no se le ha indicado el cómo ni el porqué. Así que a todos nos corresponde comunicarlo y compartirlo; hacernos entender sin caer en reproches vacíos de sustancia y gritar a los cuatro vientos que no hay nada mejor que mirarse con lupa a las entrañas tras cada nueva sensación. No pasa nada, no es un drama y, por trabajoso que sea, es garantía segura para degustar intensamente la experiencia venidera, sea esta cual sea. Por añadidura dejaríamos de formular sentencias como “a las mujeres no hay quien las entienda” o “a vosotros sí que no hay quien os entienda”…, ¡agggg!


A pesar de todo ello, sé bien que seis días no hacen una semana y que lo arriba expuesto es asignable tan solo a un sector cuyo porcentaje desconozco. Hay quien pisa fuerte en su trayecto y de una patada aparta las piedras del camino. El resto no me interesa, ni capta mi atención, ni me motiva en absoluto. Y como si pido, he de dar, lanzo un mensaje que asiente las bases de un acuerdo tácito: sé inteligente intelectual y emocionalmente a partes iguales y prometo esforzarme en corresponderte al mismo nivel.

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