DE ESTADO SÓLIDO A GASEOSO

By María García Baranda - mayo 17, 2015

LA MUJER

Un hombre sueña que ama a una mujer. La mujer huye. El hombre envía en su persecución los perros de su deseo. La mujer cruza un puente sobre un río, atraviesa un muro, se eleva sobre una montaña. Los perros atraviesan el río a nado, saltan el muro y al pie de la montaña se detienen jadeando. El hombre sabe, en su sueño, que jamás en su sueño podrá alcanzarla. Cuando despierta, la mujer está a su lado y el hombre descubre, decepcionado, que ya es suya.

Ana María Shua (Buenos Aires, 1951)



¿QUÉ DEMONIOS OCURRE?

Hoy va la cosa de relaciones no nacidas o de la eterna historia del “te querré hasta que te tenga”. Me entristece profundamente. Inexorablemente. Inevitablemente. ¿Qué pasta es la que conforma el corazón de los humanos que los hace pasar de estado líquido a sólido en escasas horas, sin apenas motivos, para transformarse luego en materia gaseosa en tan solo décimas de segundo?
Sentimos interés efervescente por objetivos de vida, por nuevas actividades que incorporamos a nuestra rutina diaria, por proyectos que emprender. Ponemos ganas, toda la carne en el asador que se dice, nos equipamos física y mentalmente para alcanzar el logro. Somos imparables. Pero de pronto… tsssss…, se van esas tremendas ganas. No sabemos por qué, ni en qué momento exacto comenzamos a sentirnos desinflados, pero lo que ayer tuvo prioridad absoluta baja de pronto a la última posición de la lista. Y, ¡ohhh, cielos!… el mundo de las relaciones humanas no se encuentra al margen de dicha efervescencia de corto recorrido. Peligro de muerte, pues, porque es lo emocional y no lo material lo que está en juego.


¿COMPORTAMIENTOS RECURRENTES?

Bajemos a la arena a analizar el suceso. Chico conoce a chica, o chica conoce a chico; tanto da. Una voz, un gesto, unas palabras. Un roce, un cuerpo, un qué se yo…y sin base alguna o fundamento asentado llega un enganche arraigado a tierras pantanosas. Sería algo bello, cosa de los decimonónicos románticos tal vez, si no fuese tan viejo como el mundo, si no se tratase de lo que vulgarmente denominamos: el calentón del momento. Todo envuelto de un entusiasmo supino, de emocionadas visiones del otro, pero tras ellas, no es difícil adivinar un futuro nada halagüeño. ¿Qué hacer por tanto en ese instante intenso a rabiar, pero con los días contados? Tentaciones no me faltan de pronunciar un discurso similar a este: no me llames tanto, no me ensalces, no me elogies…. no hace falta, lo juro. No me he ganado tal derecho, no me he dado a conocer, no he mostrado aún ni mis alas blancas ni mis colmillos afilados. Cada palabra dulzarrona excedida en sus formas se me clava como si de un punzón acerado se tratase. No soy desagradecida, soy coherente, pues tras el elogio vano viene la caída. La ausencia de detalles, de mensajes, de contactos, de palabras. Viene la distancia y ya se sabe: dicen que la distancia es el olvido. Te elevaste al cielo cual globo aerostático que roza casi el límite estratosférico de ti mismo, para de un pinchazo evaporar toda esa fuerza contenida.
Ni siquiera voy a tratar de falsos esos gestos, ni esas palabras. No se me ocurriría hacerlo. Hay incluso una explicación científica para ello. El deseo se potencia con lo que es inalcanzable o con lo que no se tiene aún. Y parte de verdad hay en ello, porque mezquino, el ser humano es tendente a dejar de prestarle importancia a lo que tiene ya en su zurrón. Pero solo en parte, creo, y para ello apelo ahora a principios biológicos y socio-antropológicos más esenciales: el hombre es cazador, depredador, y la mujer recolectora.
Pero por mucho que la biología nos lo explique, por mucho que desde el principio se mostrasen abiertamente las reticencias, los miedos a implicarse o la falta de voluntad para ello, desde el mismo momento que nos sentamos juntos a la misma mesa, iniciamos un camino en sentido contrario y ese es el quid de la cuestión. Si no lo intentas, no ganas. Pero si lo intentas, hazlo de veras y con todas las consecuencias.


¿CÓMO HACEMOS?

Queremos conocernos, pero ¿para qué? Y llega ahí la primera discrepancia. Ni unos ni otros etiquetamos. No sabemos qué ocurrirá ni si surgirá algo. Lo que sí es cierto es que hay un patrón de conducta que se repite con bastante asiduidad y que se hace común a aquellos que cuentan ya con un equipaje sentimental considerable, basado este en enamoramiento/s, ruptura/s, dolores varios y posterior puesta en pie.
Vosotros no estáis preparados para una relación, decís de inicio. La habéis descartado, porque no queréis arriesgaros a que todo se convierta en un ir y venir de problemas, de decirnos cómo hacer las cosas o de adivinar cómo hacernos sentir bien -ciertamente a veces hay que adivinarnos, no voy a negarlo-. Como tampoco negaré que entiendo que nadie estaría preparado para algo que pinta tan feo. Por nuestra parte, nosotras no queremos arriesgarnos a darnos a conocer y conoceros sin fin alguno, porque cuando eso pasa le estás abriendo al otro tu corazón, dándole lo más preciado que tienes, y a la par algo que no ha de volver más: tu tiempo. Así que si después de dicho tiempo, te vas sintiendo cada vez más a gusto con la otra persona e incluso tus emociones e ilusiones van creciendo, y este llega para decirte que después de la prueba ha decidido que no quiere seguir más allá, la caída está asegurada. No es que el asunto no haya funcionado; es que no hubo tal asunto, porque solo se trató de una prueba.

Por lo tanto, ya me contaréis cómo lo hacemos. Cómo hacemos para conocernos por dentro y por fuera, sin que haya riesgo alguno por ninguna de las dos partes y sin que nadie salga herido. Por mi parte, no dejo de repetirme eso de: los experimentos con gaseosa. Cuando es el mundo de los sentimientos el que está sobre la mesa, jugar con ellos es jugar irresponsablemente.

CONCLUYENDO

Nunca me desoló tanto un sentir popularmente extendido: el miedo a enamorarse. Aunque si soy justa en la valoración, no es miedo a enamorarnos lo que tenemos, sino miedo a que ese hecho nos haga vulnerables y nos convierta en blancos del dolor. Lo peor de todo es que no alcanzo a ver lo que se esconde al final del túnel y llego a dudar incluso si habrá un final.





  


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