CAMINANDO EN LINEA RECTA NO PUEDE UNO LLEGAR MUY LEJOS

By María García Baranda - diciembre 15, 2015

   Hace más de treinta años esta obra llegó a mí. O quizá fuera al revés. Pero lo cierto es que mi primer contacto con El Principito, de Antoine Saint-Exupéry tuvo lugar en mi plena infancia. No me marcó en absoluto. No la comprendí. Y fue curioso, porque recuerdo que incluso me desagradó y se convirtió en una especie de obra tabú para mí. Desconozco si no estuve lo suficientemente atenta o si no supieron hacérmela llegar. Desconozco si el hecho de ser una obra para adultos cubierta del envoltorio de una obra infantil tuvo algo que ver, pero fuera como fuera, quedó ahí, en el olvido de mis libros.

             Y ahora comienzo a hacerme mayor, pero mayor en su faceta más seria, y es cuando comienzan a cautivarme sus enseñanzas sobre la vida, el amor y la amistad. Hago las paces con esta obra y no me resisto a compartir algún fragmento que me hace sonreír con la complicidad que da coincidir en determinados conceptos vitales. Y lo demás... son sucedáneos que una vez creímos verdaderos. Pero claro, para llegar ahí hay que estar dispuesto a salirse del camino. Ya lo dice el autor: "Caminando en línea recta no puede uno llegar muy lejos".

 

 

(I)

 

 

"Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos. Y no te necesito. Tampoco tú tienes necesidad de mí. No soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo…”.

 

 

(II)

    Estábamos en el octavo día de mi avería en el desierto, y yo había escuchado la historia del vendedor bebiendo la última gota de mi provisión de agua:—¡Ah! —dije al principito—. Tus recuerdos son muy bonitos, pero aún no he reparado mi avión, no me queda nada que beber, ¡y yo también sería feliz si pudiera andar despacito hacia una fuente!—Mi amigo el zorro... —me dijo.—Pero, pequeño mío, ¡qué tiene que ver ahora el zorro!—¿Por qué?—Porque nos vamos a morir de sed... No entendió mi razonamiento y me respondió:—Está bien haber tenido un amigo, aunque nos vayamos a morir. Yo estoy muy contento de haber tenido un amigo zorro... “No mide el peligro —me dije—. Nunca tiene hambre ni sed. Un poco de sol le basta...”. Pero me miró y respondió a mi pensamiento:—Yo también tengo sed... Busquemos un pozo... Hice un gesto de cansancio: es absurdo buscar un pozo al azar en la inmensidad del desierto. Sin embargo, emprendimos la marcha. Después de haber andado horas y horas en silencio, cayó la noche y las estrellas empezaron a iluminarse. Yo, con un poco de fiebre por la sed, las veía como en sueños. Las palabras del principito danzaban en mi memoria:—¿Así que tú también tienes sed? —le pregunté. Pero no respondió a mi pregunta. Me dijo simplemente:—El agua también puede ser buena para el corazón...No comprendí su respuesta, pero me callé... Sabía de sobra que no había que interrogarle. El estaba cansado. Se sentó. Yo me senté a su lado. Y, después de un silencio, siguió diciendo:—Las estrellas son hermosas, gracias a una flor que no se ve...Respondí:—Claro —y miré, sin hablar, las arrugas de la arena bajo la luna.—El desierto es hermoso... —añadió. Y era verdad. Siempre me ha gustado el desierto. Se sienta uno en una duna de arena. No ve nada. No oye nada. Y, sin embargo, algo resplandece en silencio...—Lo que embellece el desierto —dijo el principito— es que esconde un pozo en algún sitio...Me sorprendió comprender de repente ese misterioso resplandor de la arena. Cuando yo era niño, vivía en una casa antigua, y la leyenda contaba que en ella había un tesoro escondido. Por supuesto, nadie acertó a descubrirlo jamás, y quizá ni siquiera lo buscó. Pero encantaba toda aquella casa. Mi casa escondía un secreto en el fondo de su corazón...—Sí —dije al principito—. Ya se trate de la casa, de las estrellas o del desierto, lo que les proporciona su belleza es invisible.—Me alegro —dijo— de que estés de acuerdo con mi zorro. Como el principito se dormía, lo cogí en mis brazos, y me puse otra vez en camino. Yo estaba conmovido. Me parecía que llevaba un frágil tesoro. Incluso me parecía que no había nada más frágil en la Tierra. Yo miraba, a la luz de la luna, aquella frente pálida, aquellos ojos cerrados, aquellos mechones de cabellos que temblaban al viento, y me decía: “Lo que veo es sólo una corteza. Lo más importante es invisible...”. Como sus labios entreabiertos esbozaban una semisonrisa, seguí diciéndome: “Lo que me conmueve tanto en este principito dormido es su fidelidad a una flor, la imagen de una rosa que resplandece en él como la llama de una lámpara, incluso cuando duerme...”.Y lo adivinaba aún más frágil. Hay que proteger muy bien las lámparas: una ráfaga de viento puede apagarlas...Y, andando de esta forma, descubrí el pozo al despuntar el alba.

 

 

(III)

-Te amo -dijo el principito...

-Yo también te quiero -dijo la rosa.

-No es lo mismo -respondió él. Amar es la confianza plena de que pase lo que pase vas a estar, no porque me debas nada, no con posesión egoísta, sino estar, en silenciosa compañía. Amar es saber que no te cambia el tiempo, ni las tempestades, ni mis inviernos. Amar es darte un lugar en mi corazón para que te quedes como padre, madre, hermano, hijo, amigo y saber que en el tuyo hay un lugar para mí. Dar amor no agota el amor, por el contrario, lo aumenta. La manera de devolver tanto amor es abrir el corazón y dejarse amar.

-Ya entendí -dijo la rosa.

-No lo entiendas, vívelo - agregó el principito.








  • Compartir:

Tal vez te guste...

0 comentarios