CUANDO CASI, PERO NO ( O ese amigo coñón a quien nadie invita)

By María García Baranda - noviembre 05, 2016

     
  Hoy os voy a hacer de relaciones públicas, os voy a presentar a alguien, a un ser cotidiano del que pocas veces hablamos y que no obstante se encuentra presente en las vidas de todos nosotros. Se llama Cuando casi, pero no y aunque no quiero aún adelantar mucho, es experto en boicotear nuestros proyectos de vida sin despeinarse y sin mala cara.
    Cuando casi, pero no es ese amigo coñón que todos tenemos. Lo llamo amigo porque lleva ahí toda nuestra vida, ahí al lado desde ¿siempre? No es de ese tipo de amigos que invitamos a café, con el que charlamos durante horas o que nos hace sentir como en casa, no, al contrario. Se autoinvita a las fiestas, se presenta en casa a la hora de la cena sin avisar y nos lanza de vez en cuando unos discursos de esos que tumban a un caballo. Elocuentes, convincentes tal vez, pero abrumadores. Ese es nuestro amigo no amigo. Invasivo, pero al que nunca echamos, por falta de valor algunas veces o porque nos convencen sus palabras algunas otras.
    Cuando casi, pero no es un tipo sin un aspecto determinado, un tipo corriente del que no sabría destacar ninguna cualidad en concreto, salvo la citada elocuencia y una pasmosa habilidad para tocar todos los palos. Se infiltra en todas las facetas de nuestra vida. En los estudios, en el trabajo, entre los amigos, en el amor, en los proyectos y hasta en nuestros sueños. Tiene además la destreza de no hacerse visible hasta que no ha pasado un tiempo recorriendo varios de esos pasillos. Algunos cuentan incluso que tiene una especial pericia para trasladarse en el momento justo de ser identificado y cambiar de nombre y faz de la noche a la mañana. Me explico. Por ejemplo, hoy es reconocido y fichado como Cuando casi, pero no en la habitación de la profesión. Por poco logramos dedicarnos a eso que soñamos y en el último instante algo lo impide. En ese momento nuestro amigo se hace presente y lo identificamos como tal. Se sienta a nuestro lado. Nos consuela si hace falta. Y se explica. Se explica largo y tendido, regalándonos una letanía de razones por las que casi casi, pero nada nada. "No era el momento", "no era adecuado para ti", "hay alguien mejor para ello", "no es conveniente", "no estás listo", "no es lo tuyo". Y así, con nuestro cerebro repleto de reflexiones nos quedamos algo chafados, pero más tranquilos. Hecha la labor, nuestro amigo se muda y mañana se presenta, por ejemplo, en la habitación de las relaciones amorosas llamándose Estuve a punto de. Y ahí más de lo mismo.  Al final él se va anotando una serie de tantos aparentemente lícitos y nosotros vamos acumulando una serie de intentos fallidos más o menos asimilados, que dejamos a un costado de nosotros mismos por irrealizables. Proyectos no natos, que quedaron tan solo en un boceto y que se llenan de polvo en un rincón. Esos estudios que nunca inicié o no terminé; esa afición a la que jamás me apunté o abandoné apenas iniciada; ese conocido con el que hacía buenas migas y casi incorporo a mi lista de amigos; ese amor que casi se convierte en vital; etcétera, etcétera, etcétera... Y ya, ya sé que alguna mente buscavueltas estará pensando en que Cuando casi, pero no puede librarnos de alguna mala experiencia. "Cuando casi meto la pata, pero me di cuenta a tiempo", "Cuando casi me pego la torta, pero me libré por los pelos", "Cuando casi me fío de ese tío, pero pillé que era un estafador",... Cierto. Eso no está mal, pero tenéis que saber que ese no es él, es su hermano y ese es un buen tío al que sí gusta  y conviene tener cerca. No lo confundamos.




    Ahora que ya os he descrito al colega en cuestión, seguramente ya lo habéis relacionado con ese individuo omnipresente en vuestras vidas, a vuestro ladito desde que érais niños y en el que quizás no habíais reparado bien. Desde luego yo me pregunto en muchas ocasiones por qué se toma tantas molestias y es tan profesional, por qué se empeña en ser tan amistoso conmigo. No veo el beneficio que saca, como no sea el de adormecer  ciertos aspectos de mí con el fin de tener asegurada su zona de confort. Si yo vuelo, se acabaron los lugares conocidos, las cenas sin avisar y el campar a sus anchas por mi casa. Si yo vuelo, ya no necesito su retahíla de razones y se me hace imprescindible su discurso para calmarme. Si yo vuelo, se queda sin trabajo y sin alimento ¿No pensáis igual que yo? Pongámonos en su lugar un momento. Vive bien y vive cómodo. Duerme plácidamente entre los pensamientos alojados en nuestro inconsciente y de hecho se los merienda durante la noche. Y durante el día come a dos carrillos de nuestras emociones. Cinco comidas al día, el miedo, la pereza, la frustración, la inseguridad y otra muy, muy potente: nuestro equívoco al confundir un fracaso con algo no intentado, porque os recuerdo que entre un proyecto y un acto consumado hay una notable diferencia. Ñam, ñam. Por eso triunfa, porque engulle y duerme como un rey y porque tiene un lugar privilegiado para retirarse a no ser molestado: nuestro cerebro. Ese es nuestro amigo coñón al que nadie invita. Ojo con él, porque nos roba presente y futuro, valiéndose del escrupuloso trabajo que lleva haciendo a lo largo de todo nuestro pasado.

    Cuántas veces pronunciamos su nombre. Cuántas veces damos por erróneos, inadeacuados o fallidos asuntos que ni siquiera llegamos a plantearnos con fuerza. Cuántas veces es el miedo a no ser buenos, al fracaso, a no estar a la altura, a salir heridos de muerte, a no hacerlo bien, lo que nos hace retirarnos casi antes de empezar. Cuando casi, pero no... ese lavacerebros desde dentro que deberíamos poner de patitas en la calle aún más desde dentro.


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