CELO ANIMAL Y SALVAJE

By María García Baranda - febrero 05, 2017

   Dicen que los celos son la realización directa de un sentimiento de inseguridad íntima e individual. Dicen bien. Dentro de las relaciones sentimentales, estos tienen mil colores y formas. Pueden deberse a múltiples factores, según el caso. Posesión, temor a la soledad, miedo a la sensación de pérdida, inseguridades y baja autoestima, historiales de abandonos y traiciones anteriores, y hasta la simple posibilidad de que las circunstancias faciliten un motivo. La cuestión es que es un veneno conocido, y viejo como el hombre es que se carga las relaciones. ¿Tiene cura? No lo sé, lo desconozco, porque únicamente los he sentido de manera circunstancial y por causa concreta y puntual, y la medicina siempre ha sido quererme yo, sentirme valorada y recuperar la percepción que tanto yo como el otro poseemos de mis valores. Un caso habitual en todos, supongo. 
   Sea como sea, al igual que la mayoría conozco la sensación, sé lo que quema. Sin salirnos del ámbito sentimental, los psicólogos han planteado siempre la separación entre los celos sexuales y los celos afectivos. Del mismo modo se recogen datos de que los primeros tienen más cantidad de enfermos entre el sexo masculino y los segundos entre el sexo femenino. No quisiera pasar por alto del todo esta cuestión, aunque hoy voy a centrarme en analizar los celos sexuales y sus distintas realizaciones en hombres y mujeres. Supongamos que un hombre y una mujer se plantean qué sentirían ante el hecho de una relación meramente sexual de su pareja con otra persona.  En ambos casos aparecen los celos. La idea no gusta. Desagrada. Duele. Y hasta remueve entrañas. El hombre se imagina a su chica en manos de otro. Ese otro practica con ella todo tipo de realizaciones sexuales, las mismas que ella disfruta de su pareja. La acaricia en los mismos lugares, la provoca igual, la toca exactamente en los mismos puntos y le proporciona la misma satisfacción y un placer final. Por su parte, la mujer se imagina a su chico con otra mujer entre sus manos. Lo ve atraído por sus atributos femeninos, esos que ella sabe que lo vuelven loco. Ella posee un cuerpo, un pecho, unas caderas,… que en esa situación lo atraen hasta la excitación y el deseo de él de tenerla y de complacerla sexualmente con éxito. En ambos casos los celos están servidos en bandeja de plata. Pero fijémonos, porque a pesar de tratarse en ambos casos de celos meramente sexuales, físicos, se percibe una diferencia en la raíz de estos en hombres y mujeres. ¡Qué curioso! Nos celan componentes y motivos distintos. En el caso del hombre, lo que le está generando pesar o temor es saber que otro hombre va a satisfacer a su pareja del mismo modo -o mejor- que él, saber que le va a hacer las mismas cosas que él, a tocar las mismas zonas de su cuerpo y a hacerle la competencia en el placer que él la proporciona. Hay también un cierto sentido de la posesión del cuerpo de la chica, un celo velado de propiedad de los rincones frecuentados y, desde luego, del éxtasis final. En el caso de la mujer, la fuente de sus preocupaciones es que la otra chica le guste más que ella. Que sea más guapa, más atractiva, más excitante,… que le atraiga en mayor medida, en definitiva. Hay un cierto residuo afectivo en ello por más que hablemos de sexo, porque siempre queda la sombra del temor de ser sustituida por la otra. ¿Vemos, pues, las diferencias?
   He estado pensando en la causa, en los motivos de dichas realizaciones de celos y, de nuevo, he vuelto a un lugar común del que no podemos ni debemos despegarnos: instinto animal. Nuestro componente animal tiene de nuevo la culpa de que hombres y mujeres vivamos esto de maneras distintas. Hay en uno y otro tipos de celo razones biológicas y evolutivas. Durante miles de años, el hombre estuvo alerta de que ningún otro hombre entrase en su tribu y le arrebatase lo suyo, y con ello a su mujer. Esta, por su lado, estuvo siempre prevenida de no sufrir el abandono de su hombre, de forma que ni ella ni su descendencia quedasen en desamparo. Pero yendo mucho más allá, es en el mundo animal en el que hay que poner atención. El cometido del macho siempre ha sido el de cubrir a su hembra con éxito. Ningún otro ha de interferir. Es su terreno, su zona de control y él es el alfa. Y la hembra se llevará a su macho, porque sus atributos han proyectado una fuente de atracción sobre él. Sus atributos y no los de ninguna otra, esos destinados a enviarle las señales de que su cuerpo es apto para procrear a su prole.  La cuestión no ha cambiado en absoluto. Si las caderas de una mujer, si su pecho, si sus rasgos atraen a su pareja es porque ve en ella el conjunto adecuado para albergar su descendencia. Y a la inversa, si las cualidades del hombre atraen a la mujer es porque ve en él al candidato adecuado para cumplir su función de cubrirla.
   Celos sexuales con raíz puramente animal. Aunque el placer sea el objeto en última instancia de todo ello, existe como dije un residuo afectivo, biológico, emocional,… inconsciente tal vez, e invisible del que no nos podemos despegar. Suelo acudir en estos casos a un documental archiconocido ya que hace unos años pasaron por televisión. Corresponde este a un certero y exitoso estudio basado en un experimento que muestra lo que nos mueve a hombres y mujeres, a machos y hembras, a la hora de buscar compañero. Lo recomiendo encarecidamente, La ciencia del sex appeal (RTVE, La noche temática), pues contiene la respuesta a más de dos y de tres quebraderos de cabeza al respecto. Y entendidas las causas, cabría preguntarnos por el remedio a esos dolores de estómago. Sería tan sencillo como no perder de vista el enorme conjunto de rasgos, de cualidades que hacen que la otra parte se fije en nosotros y nos escoja. Ni todo es la dotación de un placer inmediato y puntual, ni un pecho o un culo de vértigo. Somos quienes somos, en conjunto, y aunque sexualmente otro cuerpo pueda en un determinado momento causar una explosión, el felling sexual en una pareja fija suele ser mucho más rico que únicamente eso. Voz, actitud, pensamiento, control de quiénes somos, conocimiento mutuo, puntos débiles y álgidos, mente, emociones y sentimientos, si se da el caso… La atracción, por fortuna, suele tener muchas caras y sabemos que puede deberse a razones que solo dos conocen. No deberíamos olvidar nunca la importancia que tenemos para la otra parte, así como no deberíamos dejar de hacer sentir al otro que es quien nos revoluciona la sangre. Pero eso, el no perder de vista el quid de la cuestión, es ya una labor emocional y mental, muy lejos de ese implacable celo animal.





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