EL AMOR ES UN INVENTO DEL SIGLO XII

By María García Baranda - febrero 24, 2017

    Cuando comencé a estudiar Filología, cuando empecé a entrar de lleno en la literatura española, en sus temas, en sus rasgos, a pasarme horas de lectura y de estudio perdiendo la noción del tiempo, recuerdo que gustaba de ambientar el espacio con aromas y música que me transportaran mentalmente a esa época. Era para mí una forma de entrar en aquel mundo tan lejano en el tiempo y cercano en sentires no obstante, y de entender al hombre de la época para entender su arte. Aún hoy así lo explico en clase. Y aún hoy recurro a ello para entenderme a mí misma y a mis contemporáneos. Entre los muchos descubrimientos de aquel momento inicial de estudio me topé con la literatura medieval, a la que nunca le había prestado una atención excesiva. Y me encandiló. Y especialmente su poesía popular amorosa que me quitó la venda de los ojos para mostrarme que los impulsos, necesidades y sentimientos humanos eran exactamente los mismos hoy que ocho siglos atrás, si cabe más desinhibidos cara a la galería. Caí rendida a sus pies, pero tuvo que llegar uno de los tipos de poesía más relevante del periodo para hundirme en la más absoluta de las miserias. A mí, sí. Al igual que había hecho con todos y cada uno de los seres humanos que habitan esta tierra desde hace más de ochocientos años. ¿La culpable? La poesía trovadoresca.
     El amor es un invento del siglo XII, ¿lo sabíais? Pues sí. Fueron los trovadores los que impusieron sus cantos de sirena, sus loas al amor entregado, al cortejo de la mujer, al elogio y al vasallaje. Al suspiro constante que hace crujir el pecho y alimenta el llanto nocturno. Y con ello, flaco favor nos hicieron a todas que vamos suspirando por las esquinas en busca de detalles y delicadas muestras de enamoramiento trovadoresco. Y a ellos, que han de echar los restos en cumplir con el cometido y que van anhelando a cada paso esa mariposa en el estómago que le haga arder y convertirse en un virtuoso de la música y los versos. La mujer en un pedestal. ¡En buena hora! Porque con ello llegaron los cánones de belleza muy determinados, más allá de los cambios de moda a cada etapa, pero siempre presente un listado de características a cumplir. Y ahí, otro favor, más flaco aún si cabe que el anterior, porque supuso el germen para que nosotras mismas nos esclavizáramos per saecula saeculorum, a fin de cumplir con los preceptos establecidos y hacernos merecedoras de dicha atención, devoción y amor casi divino. Y ellos, por su parte, a la caza y captura de aquella que le cristalizase los ojos a primer golpe de mariposa. ¡Un sindiós, vamos!
     Adoro la literatura, porque me envuelve, porque es simplemente bella, porque es mágica, porque me evade, pero sobre todo porque me ayuda a conocer y a entender al ser humano. Pero nunca le perdonaré el invento del amor romántico, porque con su maravillosa creación -que no podemos negar que artísticamente lo es y conforma un filón-, a mí al menos me ha hundido en la miseria. Yo quiero ser una dama a la que un trovador cante por las noches. Quiero que suspiren por mí. Quiero que me admiren en todo mi esplendor. Y quiero ser bella, muy bella. Bellísima. Busco con brújula quien derrita el suelo bajo mis pies y con las gafas puestas observo cualquier suspiro que el mozo exhale en mi dirección, por y para mí. Una gesta me deja sin respiración, me mantiene insomne un número considerable de noches, y me quita el apetito de raíz. Quiero ese amor romántico en el que contradictoriamente no creo ni estando dormida. Sé que es un espejismo, que no dura, que no tiene base, que no existe, que no es y que muere antes de haber terminado la primera discusión. Salgo fuera de mí -dejándome dentro las mariposas-, cuando veo gestos amorosos sacados de contexto e inmerecidos, cuando se le da importancia a lo que se basa en el hedonismo y el juego, y se vuelve uno ciego y egoísta buscando el beneficio propio. Me sacan de quicio los trovadores que no saben amar verdaderamente, que no saben que dar es el acto más grandioso que existe, siempre y cuando no lo estropeemos esperando una correspondencia de gramos de amor recibidos en perfecto equilibrio, o no demos con el único o imprescindible propósito de que nos sea reconocido y aplaudido. El amor es otra cosa, desde luego que lo es, pero parece que casi nadie quiere darse cuenta de ello. Es mucho más mono el plan de ir luciendo de la manita un amor de peli romántica de palomitas y chocolatinas. Y que todos lo vean. Y que uno mismo se vaya a la cama diciéndose: "eyyy, yo también tengo el pack de la hora feliz". El amor es otra cosa, pero nos han jodido el invento.
   El amor es una fabulación de los trovadores y alguien debería habérselos cargado a tiempo. A ellos y a Cupido cuando dejó de ser Eros.








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